El abogado debe tener presente
que es un servidor de la justicia y un colaborador de su administración; que su
conducta ha de estar caracterizada por la probidad y la lealtad, y por el
desempeño con dignidad de su ministerio; y que la esencia de su deber
profesional es consagrarse enteramente a los intereses de su cliente, y poner
en la defensa de los derechos del mismo su celo, saber y habilidad, siempre con
estricta sujeción a las normas morales.
La conducta profesional supone, a
la vez, buen concepto público de la vida privada del abogado.
El abogado debe mantener el honor
y la dignidad profesional. No solamente es un derecho, sino un deber, combatir
por todos los medios lícitos, la conducta moralmente censurable de jueces y
colegas y denunciarla a las autoridades competentes o a los Colegios de
Abogados.
El Abogado debe guardar
celosamente su independencia frente a los clientes, los poderes públicos, los
magistrados y demás autoridades ante las cuales ejerza habitualmente; y en el
cumplimiento de su cometido profesional, debe actuar con independencia de toda
situación de interés que no sea coincidente con el interés de la justicia y con
el de la libre defensa de su cliente; si así no pudiera conducirse debe rehusar
su intervención.
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